Las vacaciones de verano permiten tomarle el pulso a nuestros paisajes. Observar por ejemplo hasta qué punto la corrupción urbanística ha destrozado algunos de los parajes más bellos de nuestro litoral convirtiéndolos en auténticos monumentos a la insensatez y el mal gusto.
Amasijos de cemento y asfalto allí dónde la naturaleza se detuvo a dibujar calas de arena fina y aguas azules. Tranquilas bahías rodeadas de dunas y pinedas que fueron lapidadas por espantosos edificios diseñados desde barras de puticlub por concejales de melenilla engominada y constructores de corbata a media barriga, gentuza que nunca pensó en sus pueblos antes que en sus bolsillos. Muchos de ellos están hoy en la cárcel, pero su “obra” sigue en pie en lugares de cuyo nombre prefiero no acordarme. Una vez dije que deconstruir esas aberraciones sería una de las mejores formas de crear empleo y devolver la dignidad a nuestras costas. Y lo mantengo.
Sin embargo todavía existen parajes naturales que se libraron milagrosamente del zarpazo de la especulación urbanística y siguen manteniendo toda la autenticidad de sus paisajes. Uno de esos refugios de belleza es la Ribeira Sacra, en la confluencia de los ríos Miño y el Sil, un auténtico oasis a caballo entre las provincias de Lugo y Orense. Llegar allí es viajar al paraíso. Un paraíso que se puede contemplar, oler, acariciar, escuchar, comer y beber.
La Ribeira Sacra, los Cañones Del Sil, es un destino turístico emergente. Cada vez son más los que deciden acudir a este paraíso natural para disfrutar de la mayor concentración de arte románico del mundo, con casi veinte monasterios que, como el de Santo Estevo, son un magnífico ejemplo de cómo los monjes buscaron integrar sus construcciones en el paisaje para mimetizarse con la naturaleza y vivir en armonía con ella.
Hay que aprovechar esa tendencia al alza, sin duda. Hay que impulsar el turismo en la Ribeira Sacra para convertirlo en motor de desarrollo comarcal. Pero cuidado, tomemos nota de los monjes, no vayamos a matar a la gallina de los huevos de oro cuando apenas acaba de romper el cascarón. Porque la gallina, no lo duden, es la naturaleza.
Por eso el futuro de la Ribeira Sacra no puede estar en construir una gran autovía, otra más: más cemento, más asfalto maniatando el paisaje y esquilmando la biodiversidad que acoge. El futuro está en mantener la autenticidad respetando su paisaje y todo lo que atesora.
La gran oportunidad de la Ribeira Sacra es seguir preparando la candidatura para ser declarada Patrimonio de la Humanidad y anunciarse al mundo como lo que es: uno de los mejores destinos turísticos de Europa para los amantes de lo auténtico.
Cuidado con los arribistas, cuidado con los sueños de grandeza, cuidado con los aprendices de mago. Tomemos nota de aquellos monjes que decidieron basar su desarrollo en el respeto al entorno y la armonía con el paisaje. Gracias a ellos hoy tenemos a orillas del Sil un refugio de paz, sabor y naturaleza. Conservémoslo.
Fragmento del artículo "La gran oportunidad de la Ribeira Sacra", publicado en eldiario.es
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